La etapa comprendida entre los 46 y los 55 años es clave para la salud. A menudo, durante estos años comienzan a aparecer señales que advierten sobre un mayor riesgo de sufrir problemas graves, como el ictus o incluso una muerte precoz. Aunque muchas personas tienden a restar importancia a ciertos síntomas, prestar atención puede marcar la diferencia para prevenir complicaciones y preservar la calidad de vida.
Uno de los factores más importantes que afectan a esta franja de edad es el estilo de vida. El sedentarismo, una alimentación poco saludable, el estrés crónico y la falta de revisiones médicas aumentan significativamente el riesgo cardiovascular y cerebral. Sin embargo, el cuerpo es sabio y suele enviar señales que no debemos ignorar.
Entre los síntomas más comunes que pueden alertar sobre un posible problema destacan:
Dolor de cabeza frecuente y persistente.
Entumecimiento o debilidad en un lado del cuerpo.
Dificultad para hablar o entender conversaciones.
Visión borrosa o pérdida de visión repentina.
Mareos sin causa aparente.
Palpitaciones o ritmo cardíaco irregular.
Cansancio extremo sin razón lógica.
Dificultad para respirar.
Pérdida de equilibrio o coordinación.
Cambios bruscos en el estado de ánimo o la memoria.
Cuando varios de estos síntomas aparecen juntos o de manera recurrente, es necesario consultar al médico lo antes posible. Muchas veces, estas señales están relacionadas con un aumento de la presión arterial, problemas de circulación o deterioro del sistema nervioso, factores que elevan la posibilidad de sufrir un ictus.
Además, cuidar la alimentación, evitar el tabaco, practicar ejercicio regularmente y mantener los chequeos médicos al día son acciones fundamentales para disminuir los riesgos. No hay que esperar a que los síntomas empeoren para actuar. El periodo entre los 46 y los 55 años puede ser una etapa plena y saludable si se toman las medidas adecuadas.
Recuerda, escuchar a tu cuerpo es la mejor forma de cuidarte.A