“Hombre es llevado de emergencia al hospital tras un dolor inexplicable que escondía algo sorprendente…” Ver más
Miguel Aranda nunca imaginó que aquel lunes gris cambiaría el rumbo de su vida para siempre.
Se despertó con un dolor punzante, tan agudo que parecía atravesarle el abdomen como un rayo. Al principio pensó que eran nervios, quizá cansancio de tantos días trabajando sin descanso. Pero el dolor no solo no cedía… aumentaba. Cada minuto era como si algo dentro de él se retorciera sin piedad.
A las 10 de la mañana ya no podía ponerse en pie.
Su hermana, Camila, fue quien lo encontró en el suelo de la cocina, pálido, sudando frío, con la respiración entrecortada.
—Miguel, ¿qué te pasa? ¡Respóndeme! —gritó mientras lo sostenía entre sus brazos.
Él apenas pudo levantar la mirada.
—No sé… algo… algo dentro de mí está mal… muy mal…
Camila llamó a emergencias sin pensarlo dos veces. Los paramédicos llegaron en pocos minutos, pero para Miguel esos minutos se sintieron como horas. Mientras lo trasladaban en la camilla, cada bache en el camino era un tormento.
Al llegar al hospital, los médicos comenzaron a trabajar rápidamente.
Le conectaron sueros, monitores, analgésicos, pero nada lograba detener aquel dolor indescriptible.
—Necesitamos hacerle una tomografía —ordenó la doctora Villalba—. Hay algo que no cuadra.
La imagen que apareció en la pantalla dejó perplejo al equipo médico.
Había algo sólido, extraño, alojado dentro de su intestino. Algo que no parecía pertenecer al cuerpo humano.
—¿Pero qué es eso? —murmuró un residente, incapaz de ocultar su sorpresa.
Miguel, entre la semiconsciencia, escuchó murmullos y pasos apresurados.
Él no entendía nada. Solo quería que el dolor acabara.
La doctora se acercó a él, con el ceño fruncido.
—Miguel, necesitamos operarte de inmediato. Lo que tienes dentro puede costarte la vida.
Él asintió con dificultad, mientras sentía cómo el mundo se apagaba alrededor.
La cirugía duró más de tres horas.
Cuando por fin lo trasladaron a la sala de recuperación, Camila pudo ver a los médicos salir, exhaustos pero aliviados.
—Díganos… —preguntó ella temblando— ¿Qué encontraron?
El cirujano respiró profundamente antes de responder.
—Encontramos… más de veinte cálculos endurecidos adheridos en partes de su intestino. Se habían formado durante años. Si no lo traían hoy, quizá mañana no lo contábamos.
Camila se tapó la boca con ambas manos, sintiendo cómo las lágrimas le quemaban el rostro.
—¿Se pondrá bien?
—Sí —respondió el médico—, pero necesitará tiempo, cuidados y muchos cambios en su vida.
Horas después, Miguel abrió los ojos. Aún conectado a máquinas, aún débil, pero vivo.
Camila tomó su mano con fuerza.
—Pensé que te perdía, Miguel…
—Yo también pensé lo mismo —susurró él—. Pero aquí sigo… gracias a ti.
Aquel día, Miguel comprendió que los descuidos, el estrés, la mala alimentación, todo aquello que ignoró por años… casi le habían arrebatado la vida.
Y mientras observaba por la ventana del hospital el cielo nublado tornarse lentamente azul, prometió que nunca más volvería a ignorar las señales de su propio cuerpo.
La vida le había dado una segunda oportunidad.
Y esta vez, pensaba aprovecharla.
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