En medio de una pelea de pareja por celos, ella agarró un afilado y 😭…𝐕𝐞𝐫 𝐦𝐚́𝐬

La tarde había empezado tranquila en el pequeño barrio donde todos se conocían por nombre, por historias y por secretos. El sol caía suave sobre las casas desgastadas, mientras el viento arrastraba murmullos y el eco lejano de una radio vieja.
Nadie imaginaba que, detrás de una puerta azul descascarada, dos corazones que antes se juraban amor estaban a punto de romperse para siempre.

Daniela, una joven de sonrisa dulce y mirada intensa, llevaba días sintiéndose insegura. Los celos, alimentados por rumores y miedos que nunca se atrevían a decirse de frente, habían ido creciendo dentro de ella como una tormenta silenciosa.
A su lado, Sebastián, un muchacho tranquilo, de palabras suaves, intentaba mantener la calma cada vez que la discusión volvía a nacer, como un fuego que se niega a apagarse.

Esa noche, las voces comenzaron bajas…
pero el dolor acumulado hace que incluso un susurro pueda convertirse en un grito.

—¿Por qué no me dices la verdad? —preguntó Daniela, con los ojos brillando más de tristeza que de rabia.
—Porque no hay nada que esconder —respondió Sebastián, acercándose, intentando tocarle la mano.

Pero ella la retiró rápidamente, como si su piel ardiera.
La inseguridad la estaba devorando, y él no sabía cómo salvarla sin perderse a sí mismo.

Los minutos se volvieron eternos.
Los reproches crecieron.
Las lágrimas comenzaron a caer, mezclándose con palabras que nunca debieron haberse dicho.

En un impulso desesperado, confundida por el dolor, Daniela tomó lo primero que encontró sobre la mesa. No pensó, no razonó… solo reaccionó. Y en ese segundo, uno que no se puede deshacer, todo cambió.

Sebastián cayó al suelo, sorprendido, con los ojos fijos en ella.
Ella dejó caer el objeto de inmediato, como si le quemara las manos.
El silencio que siguió fue ensordecedor.

—Sebas… Sebas, por favor… mírame… —imploró Daniela, derrumbada, sosteniéndolo entre sus brazos.

El eco de sus sollozos salía por las ventanas, mientras los vecinos corrían, mientras la noche se volvía más oscura, mientras el mundo parecía detenerse.

Ambos habían sido víctimas de algo más grande que ellos:
el miedo a perder, el dolor de no sentirse suficiente, el silencio donde deberían haber existido palabras.

Daniela no dejó de repetir su nombre ni un solo segundo, como si al decirlo pudiera devolver el tiempo, reparar lo irreparable, despertar de la pesadilla que ella misma había provocado.

Pero la vida, a veces, es cruel con quienes aman demasiado y comunican muy poco.
Y aquella noche quedó marcada en la memoria de todos como una tragedia que nunca debió suceder.

Un amor que empezó con promesas…
terminó con un destino que nadie imaginó.

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