Madre testifica cirugía de su hijo fue cancelada Dios lo sanó miren… Ver más

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Nunca pensé que llegaría el día en que tendría que contar esta historia con la voz entrecortada, las manos temblando y los ojos aún llenos de lágrimas. Cuando miro esta imagen, no solo veo un rostro cansado, con marcas de dolor y noches sin dormir. Veo el reflejo de una madre que estuvo al borde de perder la esperanza… y de un milagro que nadie podrá borrar de mi corazón.

Ese día comenzó como tantos otros en el hospital. El olor a desinfectante, el sonido constante de los monitores, los pasos apresurados del personal médico… todo se mezclaba con el peso que llevaba en el pecho. Mi hijo estaba allí, pequeño, frágil, con esa bata que siempre parece demasiado grande para un cuerpo tan chiquito. En su brazo, una aguja. En su cabeza, ese gorrito azul que intentaba cubrir el miedo que ninguno de los dos quería decir en voz alta.

Yo sonreía frente a él. Siempre lo hacía. No podía permitir que viera el pánico que me estaba consumiendo por dentro. Le apreté la mano y le dije que todo estaría bien, aunque por dentro me preguntaba si realmente lo estaría. Habían hablado de cirugía, de riesgos, de posibilidades… palabras que ningún padre o madre quiere escuchar jamás.

Recuerdo claramente cómo me aparté un momento, fingiendo que necesitaba ir al baño, solo para poder llorar en silencio. Me miré al espejo y apenas me reconocí. Los ojos hinchados, la piel pálida, el alma cansada. Le pregunté a Dios, casi reclamándole: “¿Por qué mi hijo? ¿Por qué a él?”. Y luego, en medio de ese dolor, hice lo único que me quedaba: orar.

No fue una oración bonita ni bien estructurada. Fue un grito silencioso del corazón. Le pedí a Dios que hiciera lo que los médicos no podían, que tocara el cuerpo de mi hijo, que lo sanara, que no permitiera que entrara a esa sala de cirugía. Le prometí creer, aun cuando todo indicaba lo contrario.

Cuando regresé a la habitación, él me miró con esa sonrisa que solo los niños saben regalar incluso en medio del miedo. Levantó los pulgares, como diciendo “todo está bien, mamá”. Y en ese gesto tan simple, sentí una paz extraña, inexplicable, como si algo invisible nos estuviera rodeando.

Pasaron las horas. Cada minuto se sentía eterno. Hasta que finalmente entró el médico. Su expresión no era la misma de antes. Había algo diferente en su mirada. Me pidió que me sentara. Sentí que el corazón se me detenía. Pensé que venía la peor noticia.

Pero entonces dijo palabras que jamás olvidaré:
—La cirugía ha sido cancelada.

Por un segundo no entendí. Mi mente no procesaba lo que estaba escuchando. El médico explicó que, tras nuevos exámenes, el problema que requería cirugía ya no estaba allí. Los resultados no coincidían con los anteriores. Algo había cambiado. Algo… había pasado.

Yo rompí en llanto. No fue un llanto de miedo, fue un llanto de alivio, de agradecimiento, de incredulidad. Caí de rodillas allí mismo, sin importar quién mirara. Abracé a mi hijo y sentí que Dios había escuchado cada lágrima, cada súplica, cada palabra dicha en silencio.

Esta imagen captura ese momento después de la tormenta. Mi rostro aún mojado por lágrimas, mi voz quebrada, pero el corazón lleno. Y en ese pequeño círculo, mi hijo sonriendo, levantando los pulgares, sin entender del todo lo que había pasado, pero sintiendo que algo grande había ocurrido.

Muchos dirán que fue suerte. Otros dirán que fue un error médico. Pero yo sé lo que viví. Yo sé lo que sentí. Yo sé quién escuchó mi oración cuando ya no tenía fuerzas.

Esta no es solo una historia. Es un testimonio. Es la prueba de que, incluso en los pasillos fríos de un hospital, los milagros suceden. De que cuando todo parece perdido, la fe puede abrir caminos donde no los hay.

Hoy mi hijo corre, ríe y vive como cualquier niño. Y cada vez que lo veo sonreír, recuerdo ese día. Recuerdo el miedo… y recuerdo el milagro.

Si estás leyendo esto y estás pasando por algo parecido, no pierdas la fe. Aun cuando el diagnóstico sea duro, aun cuando el dolor sea grande, aun cuando el futuro parezca incierto. Dios sigue obrando. A veces de maneras que no entendemos, pero siempre a tiempo.

Detalles en la sección de comentarios.