Acaban de atropellar a su mamá y falleció, es importante localizar…Ver más

Nunca olvidaré la escena de esa mañana. No por lo que vi, sino por lo que sentí en el pecho, como si alguien me arrancara el aire de golpe. La noticia corrió por todo el barrio en cuestión de minutos: una mujer había sido atropellada frente a la parada del bus, y lo peor… su pequeña hija estaba sola, buscando a alguien que la llamara por su nombre.

Yo fui una de las primeras en llegar. El sol apenas calentaba el asfalto, pero el cuerpo de la mujer ya estaba allí, inmóvil, como si el tiempo hubiera decidido detenerse solo para ella. La gente murmuraba, grababa, preguntaba… pero nadie sabía quién era. Nadie la reconocía. Nadie sabía a quién llamar.

Lo único que quedó claro muy rápido fue que ella no estaba sola en la vida, porque a unas calles de distancia, una bebé de quizá dos años lloraba en brazos de una comerciante, con la carita llena de lágrimas secas y esa expresión que solo tienen los niños que no entienden la tragedia… pero la sienten igual.

Su nombre —según una pulsera diminuta que llevaba— era Ana Lucía.
El nombre de su madre, sin embargo, era un misterio absoluto.

Mientras la ambulancia cubría el cuerpo, la bebé seguía llamando:
¿Mamá?
¿Mamá?

Ese sonido atravesaba cualquier corazón, incluso el de quienes se jactan de ser fuertes. Porque no hay dolor más limpio, más crudo, más puro… que el de un niño buscando a la persona que ya no podrá responderle nunca más.

La mujer que la cargaba, una vendedora llamada Rosa, me dijo con la voz quebrada:

—La encontré caminando sola, mirando a todos como preguntando con los ojos. Nadie la reconoció. Nadie dijo “es mi sobrina”, “es mi nieta”, “yo conozco a su mamá”… Nada. Es como si ambas hubieran aparecido de la nada.

Y fue entonces cuando entendimos la urgencia.
Había que encontrar a su familia. A quien fuera. A alguien que la esperara en casa sin saber que la tragedia ya había llegado antes.

Las autoridades tomaron fotos, preguntaron, enviaron mensajes por radio. Algunos vecinos comenzaron a compartir imágenes en redes sociales, con la esperanza de que alguien, aunque sea una voz distante, escribiera:

“Es mi hermana…”
“Es mi prima…”
“Es mi amiga…”
“Yo la conozco.”

Mientras tanto, Ana Lucía se aferraba al cuello de Rosa, como si ese abrazo improvisado fuera el último hilo que la mantenía unida al mundo. No lloraba ya. Solo respiraba despacito, agotada, con el cuerpo lleno de pequeñas ronchas por el sol y la desesperación.

Hubo un momento en que, sin saber por qué, me acerqué y acaricié su cabello.
Ella levantó su carita y preguntó:

¿Mi mamá viene?

Nadie se atrevió a contestar.
No se contesta un golpe así.
No a un alma tan pequeña.

La policía confirmó más tarde que la madre había fallecido en el acto. Que el vehículo se dio a la fuga. Que no llevaba documentos. Que todo dependía ahora de una cosa: identificarla.

Y mientras la tarde caía, una sensación amarga nos invadió a todos:
La bebé no sabía que su vida acababa de dividirse en dos.
Un “antes” que ya no volverá.
Y un “después” lleno de preguntas que aún nadie puede responder.

Hoy la comunidad entera está buscando a su familia.
No por obligación.
No por curiosidad.
Sino porque una niña no puede quedarse sola en un mundo tan duro.

Porque alguien, en algún lugar, está esperando que esa mujer vuelva a casa.
Y merece saber la verdad.
Y la niña merece volver a unos brazos que la reconozcan desde el corazón.

📢 Si alguien sabe algo, cualquier mínimo detalle… es importante localizar a los familiares para que Ana Lucía no pase esta noche sin un hogar.

👉 Detalles en la sección de comentarios.