La vida de ella parecía apenas comenzar.
A sus 14 años, tenía esa mezcla de inocencia y curiosidad que caracteriza a la adolescencia: sueños aún sin estrenar, planes que cambiaban cada semana, risas que llenaban cualquier calle donde pasaba.
Era una joven alegre, rodeada de amigos, de música, de ilusiones… y de un mundo que a veces presiona más de lo que un corazón tan joven puede soportar.
Entre esas influencias apareció algo que, para muchos, parece inofensivo: el vape.
Un pequeño tubo de luces y sabores que se volvió moda, que se volvió tendencia, que se volvió parte del paisaje en cada grupo de jóvenes.
Se lo ofrecieron una vez, luego otra… y como tantos adolescentes, ella pensó que no pasaría nada.
Que era “solo vapor”.
Que no podía hacerle daño.
Con el tiempo, comenzó a usarlo cada vez más.
Era fácil de ocultar, fácil de llevar, fácil de convertir en hábito sin darse cuenta.
Ella creía que tenía el control.
Nadie imagina a los 14 años lo frágil que puede ser el cuerpo cuando algo tan pequeño se vuelve parte de la rutina.
Su familia notó cambios: cansancio, tos constante, dificultad para respirar.
Pero como ocurre demasiadas veces, nadie pensó que algo tan común pudiera convertirse en tragedia.
Hasta que un día, su cuerpo dijo basta.
La llevaron de emergencia, rodeada de manos que temblaban y lágrimas que pedían un milagro.
Los doctores hicieron lo posible, pero sus pulmones, tan jóvenes como ella, ya no resistieron más.
Hoy, la imagen de su rostro tranquilo dentro del ataúd rompe el alma de quienes la amaron.
Su familia acaricia el vidrio frío, deseando que pudiera despertar, que pudiera sonreír, que pudiera volver a casa y seguir siendo la niña que era.
La comunidad entera llora su partida.
Amigos, vecinos, compañeros… todos hablan de ella con cariño, recordando lo alegre que era, lo llena de vida que parecía. Nadie puede creer que algo tan pequeño se haya llevado tanto.
Y su historia, aunque profundamente triste, deja una enseñanza que no puede ignorarse:
El vapeo no es un juego.
No es “solo vapor”.
No es una moda inofensiva.
Es una amenaza silenciosa que consume poco a poco, sin avisar, sin ruido, hasta que es demasiado tarde.
Ella tenía solo 14 años.
Tenía todo por vivir.
Y su ausencia debe ser un recordatorio para padres, amigos y jóvenes:
hablen, pregunten, acompañen… porque a veces una conversación puede salvar una vida.
Que su alma descanse en paz.
Que su historia abra los ojos de quienes aún están a tiempo.
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