Buscan a Mateo de 6 años de edad, está desaparecido y nadie sabe nada de…
La noticia se regó como un susurro desesperado por todo el barrio: Mateo, un niño de apenas seis años, había desaparecido sin dejar rastro. Su madre, Clara, llevaba horas caminando por las calles con una foto entre las manos, la voz quebrada y el corazón al borde del colapso. Nadie podía comprender cómo un pequeño tan dulce, tan tranquilo, tan amado por todos, podía simplemente… desvanecerse.
Todo comenzó aquella tarde en la que Mateo jugaba en el pequeño parque frente a su casa. Le encantaba recoger piedritas brillantes y guardarlas como tesoros. Su risa aún resonaba en la memoria de quienes lo vieron por última vez, corriendo detrás de una mariposa amarilla que parecía jugar con él.
Pero cuando Clara salió a llamarlo para cenar… el parque estaba vacío. Su bicicleta tirada en el pasto. Y una sensación fría, casi instintiva, le recorrió la espalda.
—¿Alguien ha visto a mi hijo? —preguntaba ella una y otra vez, con los ojos desorbitados por el miedo.
Los vecinos salieron de inmediato, algunos con linternas, otros con sus teléfonos para avisar a más personas. Las calles se llenaron de murmullos, de pasos rápidos, de un pánico que crecía sin control.
Mateo no estaba.
La policía llegó poco después. Revisaron calle por calle, casa por casa, descampado por descampado. Pero era como si el niño se hubiera desvanecido en un segundo, como si una sombra lo hubiera arrancado del mundo sin que nadie lo notara.
En la comisaría, Clara sostuvo la foto de Mateo con ambas manos, temblando.
—Él no es un niño que se vaya lejos… Él siempre me avisa adónde va —dijo entre lágrimas, la voz rota por la desesperación.
El padre, Andrés, llegó minutos después, exhausto, ensuciado con tierra de tanto buscar. Cuando vio la fotografía ampliada en la pantalla del oficial, no pudo contener el llanto.
—Mi hijo… por favor… devuélvanmelo…
Las horas pasaron y la ciudad entera se unió. Personas que nunca habían visto a Mateo antes imprimieron volantes, compartieron mensajes, prendieron veladoras, se organizaron en grupos de búsqueda como si el pequeño fuera hijo de todos.
Pero la noche avanzaba… y Mateo seguía sin aparecer.
Clara, completamente derrotada, se sentó en la puerta de su casa, abrazándose las rodillas, repitiendo entre sollozos:
—Mi niño… mi vida… vuelve conmigo…
Y aunque la oscuridad envolvía todo, había una sensación en el aire, extraña, casi palpitante:
la certeza de que algo más grande estaba ocurriendo, algo que pronto se revelaría… para bien o para mal.
La búsqueda no se detuvo. El corazón de todos latía al mismo ritmo: encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde.
Detalles en la sección de comentarios.