Si tu pareja siempre te p1de p0r detrás eSS…ver más

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Al ver esta imagen, lo primero que muchos piensan es en el cuerpo. En la postura. En la cercanía de dos personas en una cama. Pero pocas veces nos detenemos a mirar lo que no se ve. Lo que queda escondido entre las sábanas, entre los silencios, entre las costumbres que se repiten noche tras noche sin que nadie se atreva a decir lo que realmente siente.

Porque esta historia no empieza en la cama. Empieza mucho antes.

Empieza en esas primeras veces en que todo parecía nuevo, donde el deseo era descubrimiento y no rutina. Donde cada gesto tenía emoción y cada caricia era una conversación sin palabras. Al principio, nada incomodaba. Todo se aceptaba. Todo se probaba. Porque amar también era complacer, porque nadie quería parecer complicado, porque decir “no” daba miedo.

Con el tiempo, algo cambió.

La imagen lo muestra de forma silenciosa: dos cuerpos en la misma cama, pero en posiciones que no se miran. Espaldas que se dan, rostros que no se cruzan. Y ahí es donde empieza la verdadera historia. Porque cuando una pareja siempre pide lo mismo, una y otra vez, no siempre se trata solo de deseo. A veces se trata de costumbre. A veces de poder. A veces de evitar miradas que podrían decir demasiado.

Ella comenzó a sentirlo sin saber cómo explicarlo. No era rechazo. No era falta de amor. Era una sensación extraña de no ser vista del todo. De estar presente, pero no completamente. De ser parte del momento, pero no del centro. Y cada vez que él repetía la misma petición, ella se preguntaba en silencio si su voz también tenía espacio ahí.

Él, por su parte, no se creía culpable de nada. Para él era normal. Era lo que le gustaba. Nunca se detuvo a pensar si del otro lado había preguntas sin respuesta. Nunca preguntó si ella deseaba lo mismo o si simplemente aceptaba por miedo a romper algo.

Y así, noche tras noche, la cama se fue llenando de silencios. De pensamientos no dichos. De emociones guardadas. Porque hablar de esto no es fácil. Porque todavía hay quien cree que en una relación el deseo no se cuestiona, que el amor se demuestra cediendo, incluso cuando algo dentro empieza a doler.

Esta imagen no habla de lo explícito. Habla de lo emocional. De cómo, incluso en la cercanía física, puede existir distancia. De cómo una postura puede convertirse en símbolo de algo más profundo: la falta de diálogo, la repetición sin conexión, el miedo a decir “yo también importo”.

Pero esta historia no termina en tristeza.

Un día, ella decidió mirarse a sí misma con honestidad. Entendió que amar no significa desaparecer. Que el deseo compartido nace del acuerdo, no de la costumbre. Y que una relación sana no se mide por lo que se hace, sino por cómo se sienten ambos al hacerlo.

Hablar fue incómodo. Tembló la voz. Hubo silencios largos. Pero también hubo verdad. Y en esa verdad, algo empezó a cambiar. No la postura. No la cama. Sino la manera de mirarse, de escucharse, de entender que el deseo también se construye desde el respeto.

Porque al final, no se trata de “por dónde”, sino de “con quién” y “cómo”. De sentirse elegido, visto, considerado. De saber que en una relación no solo importan los gustos, sino los sentimientos que se quedan después.

Esta imagen, aunque muchos la vean rápido y pasen de largo, guarda una pregunta silenciosa que solo cada persona puede responder en su interior. Y a veces, reconocerla es el primer paso para no seguir durmiendo de espaldas a lo que sentimos.

Detalles en la sección de comentarios.