Un joven sin v1da fue encontrado en plen1…Ver más

“Un joven sin vida fue encontrado en plena…”

Nunca pensé que una noche tan tranquila pudiera convertirse en una herida que todavía hoy cuesta cerrar.
Todo comenzó alrededor de las 10:40 p.m., cuando el silencio del barrio se veía interrumpido solo por el canto de los grillos y el sonido lejano de alguna motocicleta. La calle estaba vacía, como casi siempre a esa hora, pero bastó un solo grito para que todo cambiara.

“¡Aquí hay alguien tirado! ¡Vengan rápido!”

La voz de Don Aurelio, un vecino mayor, cortó la calma como un cuchillo. Yo estaba en la puerta de mi casa, regando las plantas, cuando lo escuché. Esa mezcla de miedo y urgencia me hizo correr sin pensarlo. Al llegar a la esquina, vi la escena que todavía se me clava en el pecho.

Allí, junto al borde de la banqueta, estaba el cuerpo inmóvil de un joven.
Un muchacho de no más de veintitantos, vestido con una playera verde y shorts grises, como si hubiera salido solo a caminar un momento o a hacer un mandado rápido. Pero su postura… su quietud… ya anunciaban lo peor.

Una linterna iluminaba la mitad de su rostro, mientras la otra mitad permanecía en sombras. Su piel tenía ese tono extraño que solo aparece cuando el alma ya no está.
Y el silencio alrededor era tan profundo que parecía que la misma noche contenía el aliento.

“¿Lo conocen?” preguntó alguien.

“No… no parece del barrio.” respondió otro.

Pero lo que más me estremeció fue ver cómo, entre la maleza, su mano parecía estirada, como si hubiera intentado aferrarse a algo. A la vida, quizás. O a alguien que no llegó a tiempo.

Una mujer empezó a llorar. Unos jóvenes sacaron el celular, desorientados, sin saber si llamar a la policía, a una ambulancia o simplemente rezar. La confusión era total.
Yo me acerqué despacio y sentí un nudo en la garganta al ver que todavía tenía tierra bajo las uñas, como si hubiera intentado arrastrarse, pedir ayuda, levantarse… cualquiera de esas cosas que uno hace cuando aún tiene esperanza.

La patrulla tardó unos minutos en llegar, pero parecieron horas. Cuando los agentes alumbraron completamente el cuerpo, la escena se volvió más dura. El muchacho había sufrido golpes, señales de violencia clara.
Lo dejaron allí. Solo. En la oscuridad. Como si fuera basura.

“Pobre chico…” murmuró una señora mientras se cubría la boca.

“Dios mío, ¿dónde estará su familia? ¿Quién le va a avisar?”

La pregunta cayó sobre todos como una piedra. No había documentos, no había identificación, no había nada que dijera quién era. Solo un cuerpo joven apagado demasiado pronto.

Después llegó la ambulancia, pero únicamente para confirmar lo que ya sabíamos.
El paramédico se inclinó, revisó pulso, respiración… y luego negó con la cabeza.

“Llegó sin vida.”

La madre del barrio que siempre reza empezó a hacerlo en voz alta. Unos vecinos se hicieron a un lado, otros se quedaron inmóviles como estatuas. Todos estábamos sintiendo la misma mezcla de tristeza, rabia e impotencia.

Y entonces ocurrió lo más desgarrador.

Mientras los policías tomaban fotos y acordonaban la zona, una moto se acercó despacio.
Una mujer joven bajó, asustada por ver luces y gente reunida.
Se abrió paso entre la multitud hasta que sus ojos cayeron sobre el cuerpo.

El grito que soltó fue tan agudo, tan lleno de horror, que retumbó en toda la calle.

“¡MI HIJO! ¡DIOS MÍO, MI HIJO!”

Corrió hacia él, pero los policías la detuvieron. Ella temblaba, sollozaba, pedía que la dejaran abrazarlo.
Gritaba que apenas hacía una hora él había salido a la tienda, que nunca había tardado tanto, que era un buen chico, que trabajaba, que jamás se metía con nadie.

La madre cayó de rodillas en el suelo.
Nadie podía consolarla.

Fue en ese momento cuando todos entendimos que detrás de ese cuerpo frío había una historia, una vida, unos sueños, una familia que ahora quedaba rota.

La policía sigue investigando, pero el dolor… el dolor ya se quedó para siempre en esa esquina.
Yo, desde entonces, paso por ahí más despacio.
A veces dejo una flor.
A veces solo cierro los ojos y le pido a Dios que nadie más tenga que encontrar así a un ser querido.

Porque no hay mayor tragedia que una vida joven apagada sin explicación…
Y no hay mayor dolor que el de una madre que llega tarde a un último abrazo.

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