Joven de 17 años pierde la vida lanzándose desde el 12 Plantas de la…Ver más

🌑 “Joven de 17 años pierde la vida lanzándose desde el 12º piso de la…”

(Relato ficticio — Narrado por un testigo anónimo)

A veces uno cree que conoce a todas las personas del edificio.
Que los saludos de pasillo, los buenos días en el ascensor y los pequeños silencios compartidos en la entrada son suficientes para comprender las tormentas que otros cargan en el pecho.

Pero aquella mañana…
aquella mañana aprendí que las miradas no siempre revelan lo que el alma esconde.

Mi nombre es Miguel Aranda, y aunque he contado historias durante años, nunca pensé que un día narraría la más dolorosa desde el mismo lugar donde ocurrió.


I. LA MAÑANA QUE EMPEZÓ CON UN SUSURRO

Era sábado.
Eran las 9:23 AM.
Un rayo de sol entraba por la ventana del piso 8, y yo me preparaba un café cuando escuché, a lo lejos, un sonido extraño… como un sollozo que no hallaba salida.

Vivimos en un edificio grande, doce plantas que parecen repetirse en silencio.
Pero aquella mañana, todas las paredes parecían escuchar.

Fue entonces cuando la vi.
A través del hueco del ascensor abierto, la joven del piso 12 bajó rápidamente las escaleras.
Tenía el cabello desordenado, los anteojos empañados, y una expresión que nunca olvidaré:
una mezcla de miedo, desesperación y despedida.

Se llamaba Elisa Márquez, tenía 17 años, y siempre la veía leyendo sentada en el jardín.
Una chica tranquila, de voz suave, con ese misterio que solo las almas profundas cargan.


II. EL ÚLTIMO MENSAJE

Más tarde supe que Elisa había dejado su celular sobre su cama, con un mensaje escrito pero no enviado:

“Perdón por no ser suficiente.”

No había destinatario.

Era como si se lo dijera al mundo entero.


III. LA SUBIDA A LA AZOTEA

Apenas unos minutos después de verla bajar las escaleras, la vi subir corriendo hacia la azotea.
Yo estaba en el balcón y, sin saber por qué, algo en mi interior me obligó a seguirla.

Corrí.
Mis pies temblaban.
Mi corazón latía como si intentara alcanzarla antes de que algo pasara.

Pero Elisa ya estaba allí.

Parada al borde del edificio.
El viento agitaba su camiseta negra.
Sus manos temblaban.

Me quedé congelado.

—“Elisa… ¿qué haces?” —alcancé a decir.

Ella giró apenas el rostro.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero había en ellos una calma aterradora.

—“Miguel… ya no puedo… no encuentro la salida.”

Quise acercarme, quise correr hacia ella, pero cualquier movimiento brusco podía asustarla.
Le hablé con la voz más suave que pude.

—“No estás sola. Podemos bajar, podemos hablar. Por favor…”

Ella cerró los ojos.

—“Gracias por intentarlo.”

Y entonces el mundo se rompió.


IV. EL SEGUNDO MÁS LARGO DEL EDIFICIO

El silencio que siguió fue tan espeso que parecía tragarse el aire.
Los gritos no tardaron en venir.
Los vecinos salieron.
La madre de Elisa, al escuchar el ruido, bajó las escaleras corriendo, descalza, con el corazón en la garganta.

Cuando la reconoció, sus rodillas fallaron.

Nunca olvidaré ese grito.
Nunca olvidaré cómo el dolor puede desgarrar a una madre en un segundo.


V. ¿QUÉ HABÍA PASADO REALMENTE?

Horas después, cuando la policía revisó su habitación, encontraron un cuaderno oculto bajo su cama.
Páginas y páginas llenas de sentimientos que nadie imaginaba:

acoso escolar,
humillaciones,
exigencias imposibles,
un perfeccionismo impuesto que la asfixiaba,
y sobre todo…

…una soledad que jamás expresó en palabras.

Elisa no quería morir.
Quería dejar de sufrir.
Quería silencio, paz, descanso.

Quería que alguien la escuchara antes de que fuera demasiado tarde.


VI. EL EDIFICIO QUE CAMBIÓ PARA SIEMPRE

Desde ese día, el edificio entero dejó de ser el mismo.
Las luces del jardín parecen más tenues.
El viento suena diferente cuando pasa entre las ventanas.
Y cada vez que subo al piso 12, siento que sus pasos siguen ahí, caminando en silencio.

Yo aún escucho su voz.

A veces pienso en qué habría pasado si hubiera llegado unos segundos antes.
Si alguien le hubiese dicho:
“Está bien no estar bien.”

A veces un abrazo a tiempo salva una vida.
A veces una palabra se convierte en puente.
A veces… nadie llega.


VII. DESPEDIDA

Hoy cuento esta historia con el corazón apretado, no para revivir una tragedia, sino para recordar algo que Elisa dejó detrás sin querer:

Todos estamos librando batallas invisibles.
Sé amable.
Pregunta dos veces.
Llama.
Escucha.
No des por hecho que alguien está bien solo porque sonríe.

Elisa tenía solo 17 años.
Y un mundo entero por delante.

Ojalá alguien hubiera visto sus grietas antes de que ella decidiera apagarse.

👉 Detalles en la sección de comentarios.