Esta mañana Encuentran cuerpo de repartidor de co…ver mas

“Esta mañana, un repartidor sufrió un accidente misterioso en una carretera solitaria… y nadie entiende qué ocurrió realmente.”

La noticia empezó a correr como un susurro inquietante entre los vecinos, apenas amanecía cuando alguien llamó a emergencias diciendo que había visto una motocicleta tirada al borde de la carretera… y a su lado, el cuerpo inmóvil de un joven repartidor.
Nadie supo explicar quién era el primero que lo encontró, ni cómo terminó ahí, pero todos coincidían en una cosa: algo no cuadraba desde el principio.


Yo, Miguel Aranda, fui uno de los primeros en acercarme. Conduje por ese tramo cientos de veces, y jamás vi un accidente así… ni en los peores días. El joven estaba tendido en la cuneta, como si hubiera sido movido, como si lo hubieran colocado allí.
Su moto estaba unos metros más adelante, caída en un ángulo extraño, demasiado perfecto, casi como si alguien la hubiese acomodado para que pareciera un accidente común.

El silencio del amanecer era pesado, incómodo, y solo se escuchaba el goteo lento del agua que bajaba por la cuneta… aquel mismo hilo de agua que terminaba mojando la ropa del muchacho.

Recuerdo que una señora a mi lado murmuró:
—Esto no fue un accidente… Aquí pasó otra cosa.

Yo pensé lo mismo, pero nadie se atrevió a decirlo en voz alta.


Cuando llegó la policía, el ambiente se volvió aún más tenso. Uno de los oficiales miró la moto, frunció el ceño, y luego observó el cuerpo.
—No hay marcas de frenado —dijo en voz baja, pero todos lo escuchamos—. Nadie intenta evitar un choque sin frenar…

Ese detalle dejó a muchos con la piel erizada.
¿Cómo puede caerse alguien de una moto sin siquiera intentar frenar?
¿Por qué el casco estaba tan lejos?
¿Por qué no había testigos, si esa carretera siempre tiene movimiento a esa hora?

Las preguntas empezaron a multiplicarse como un eco interminable.


La familia del joven llegó con el corazón destrozado. Su madre temblaba tanto que varios vecinos tuvieron que sostenerla.
—Él siempre me avisaba cuando salía —lloró ella—. Siempre. No entiendo qué hacía aquí… él no tomaba esta ruta…

Su frase rebotó en mi mente como un golpe duro.
Si el muchacho nunca tomaba esa carretera, ¿por qué estaba ahí?
¿Quién lo desvió?
¿A quién fue a entregar algo?
¿Por qué su teléfono no apareció por ningún lado?

El oficial intentó calmarla, pero ni sus palabras ni su presencia podían tapar la sensación inquietante que todos teníamos:
Esto era más que un accidente. Mucho más.


Las horas siguientes fueron un desfile de hipótesis, de nervios, de lágrimas.
El sol subía, pero el ambiente seguía frío, denso. Había algo oscuro que nadie podía señalar con certeza… algo que se escondía entre los silencios de quienes pasaban por ahí y desviaban la mirada.

Algunos vecinos hablaron de un auto que escucharon pasar a toda velocidad la noche anterior.
Otros dijeron que vieron luces extrañas entre los árboles.
Incluso hubo quien juró que escuchó una discusión, pero no se asomó por miedo.

Yo escuché todo en silencio.
Porque, en el fondo, presentía que la verdad iba a ser más dolorosa que las conjeturas.


Cuando finalmente levantaron la moto y retiraron el cuerpo, quedó un vacío extraño en el aire.
Como si algo se hubiese escondido justo cuando todos estaban viendo.

La carretera se quedó muda…
pero nosotros no.

La historia empezó a circular por el pueblo como una sombra que se estira, como un secreto que pide ser descubierto.
Y aunque hoy lo llaman “accidente”, nadie —absolutamente nadie— cree que lo fue.

Y así comenzó todo.
El misterio.
Las sospechas.
Las preguntas que iban a cambiarlo todo.

Porque aquel joven no fue víctima de la carretera.