DESPUES DE DIAS DE BÚSQUEDA aparece sin v1da el hijo de…Ver más

DESPUÉS DE DÍAS DE BÚSQUEDA aparece sin v1da el hijo de… Ver más

La noticia cayó como un rayo en un cielo que ya llevaba días nublados. Todo el pueblo había seguido la búsqueda con el corazón en la mano, aferrándose a la esperanza de que aquel muchacho —siempre risueño, siempre dispuesto a ayudar— regresara caminando, quizá cansado, quizá herido, pero vivo.
Nadie imaginó que el desenlace sería tan devastador.

Su madre, una mujer conocida por su fortaleza, había pasado noches enteras sin dormir, repitiendo su nombre como si en algún rincón del viento pudiera escucharla. Cada día amanecía con la misma pregunta: “¿Dónde estás, hijo mío?”
Los voluntarios, vecinos y hasta desconocidos habían recorrido cerros, caminos de tierra, veredas, buscando cualquier rastro. Ella, pese al cansancio, caminaba al frente, empujada únicamente por el amor.

Pero aquella mañana, cuando la lluvia dejaba el suelo cubierto de barro y silencio, un llamado rompió toda esperanza. Un grupo de personas había encontrado un cuerpo.
El corazón de su madre se detuvo incluso antes de llegar. Algo dentro de ella ya sabía la verdad.

El lugar estaba solitario, apenas rodeado de maleza y piedras húmedas. Allí yacía el cuerpo del joven, inmóvil, como si la vida hubiese decidido apagarse sin despedirse.
No hubo gritos al principio, solo un susurro que se quebró entre sus labios:
Mi hijo… mi niño…

Y entonces sí, el llanto inundó el aire. Las piernas de la madre flaquearon, y quienes la acompañaban apenas pudieron sostenerla. Habían sido días de búsqueda, días de fe, días de dolor… pero nada la preparó para aquel instante en el que el mundo se le vino abajo.

Mientras los oficiales acordonaban el área, nadie podía dejar de mirar hacia el cielo, preguntándose por qué un destino tan cruel había elegido a un joven que tenía toda la vida por delante.
Los recuerdos comenzaron a salir en cascada: su risa corrida, su forma de abrazar, su sueño de construir una casa para su familia.
Todo quedó suspendido en el tiempo.

El pueblo entero quedó en silencio. Y aunque su madre sabía que nada le devolvería a su hijo, también comprendió que el amor que él dejó plantado en todos nunca desaparecería. Porque no era su ausencia lo que más dolía, sino la certeza de que su bondad permanecería viva en cada persona que lo conoció.

Esa tarde, mientras el sol se escondía detrás de los árboles, la madre tomó su mano por última vez.
Hijo, ya te encontré… ahora descansa.

Y aquella frase, pronunciada con un dolor que solo una madre puede entender, se convirtió en el eco más triste que el pueblo haya escuchado.

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