Estas son las señales de que está c… Ver más

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No fue el espejo quien habló primero.
Fue el silencio.

Ese silencio pesado que se instala cuando alguien evita mirarse de frente, cuando el reflejo deja de ser un aliado y se convierte en un juez mudo. Cada mañana, antes incluso de lavarse la cara, la imagen ya estaba ahí: la piel enrojecida, las costras marcando el contorno de la boca, las pequeñas heridas que parecían susurrar una verdad que nadie quería escuchar.

“Estas son las señales de que está c…”
La frase se quedó incompleta, como si el resto doliera demasiado para decirse en voz alta.

Al principio fue solo una molestia. Un punto rojo. Una leve picazón que se podía ignorar con maquillaje, con prisas, con la esperanza ingenua de que desaparecería sola. Pero la piel no miente. La piel recuerda. Y la piel avisa cuando algo dentro —o fuera— no está bien.

Cada lesión alrededor de los labios contaba una historia. Una noche sin dormir. Un día de estrés acumulado. Una lágrima contenida. Una comida apresurada. Un beso evitado. No eran simples marcas: eran señales.

Señales de que algo estaba cambiando.

La nariz, justo encima del labio, mostraba heridas que parecían pequeñas batallas perdidas. El mentón, inflamado, hablaba de inflamaciones que no eran solo físicas. Y alrededor de la boca, ese lugar donde nacen las palabras y los afectos, la piel gritaba lo que la voz callaba.

Estas son las señales…
Señales de cansancio.
Señales de descuido.
Señales de un cuerpo pidiendo atención.

Cada vez que alguien preguntaba “¿te pasa algo?”, la respuesta era automática: “no, nada”. Pero el rostro respondía otra cosa. Respondía con rojeces, con heridas, con esa textura áspera que no se puede ocultar del todo, ni siquiera con la mejor luz o el mejor filtro.

Había días en los que el dolor no era físico, sino emocional. Salir a la calle implicaba bajar la mirada. Evitar sonrisas amplias. Evitar conversaciones largas. Porque cada gesto estiraba la piel, y cada estiramiento recordaba que algo no estaba bien.

El espejo del baño se convirtió en un ritual incómodo. Mirar, suspirar, tocar con cuidado, prometerse que mañana será distinto. Pero mañana llegaba… y las señales seguían ahí.

Estas son las señales de que está c…
¿Cansado?
¿Colapsando?
¿Cediendo?

Tal vez todo a la vez.

La piel alrededor de la boca es frágil. Reacciona rápido al estrés, a las infecciones, a los cambios internos. Es una frontera delicada entre lo que decimos y lo que sentimos. Y cuando esa frontera se rompe, el cuerpo habla sin pedir permiso.

Había vergüenza, sí. Pero también había miedo. Miedo de que esas marcas fueran más que algo pasajero. Miedo de que fueran una advertencia que se ignoró demasiado tiempo. Porque las señales no aparecen de la nada. Se acumulan. Se repiten. Insisten.

Cada costra era una pausa forzada.
Cada herida, un recordatorio.
Cada inflamación, una pregunta sin responder.

¿Te estás cuidando?
¿Estás escuchando a tu cuerpo?
¿Estás descansando lo suficiente?

El rostro no juzga, pero expone. Y cuando expone, obliga a mirar de frente lo que duele por dentro.

Hubo un momento —siempre lo hay— en que ya no se pudo fingir. Ni para los demás, ni para uno mismo. Porque las señales estaban ahí, claras, visibles, imposibles de tapar. Y entonces la frase incompleta cobró sentido.

Estas son las señales de que está c…
…de que algo necesita cambiar.

No todo cambio empieza con una gran decisión. A veces empieza con aceptar que el cuerpo está hablando más fuerte de lo que uno quisiera. A veces empieza con reconocer que ignorar las señales sale caro.

El rostro, con todas sus marcas, no era un enemigo. Era un mensaje. Un mensaje urgente, escrito en piel, imposible de borrar sin antes entenderlo.

Y quizá, solo quizá, esas señales no eran el final de algo…
sino el principio de escucharse de verdad.

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