La madrugada en que el corazón de Camila Serrano dejó de latir, el barrio entero sintió que algo se quebraba para siempre. Era apenas una niña, 14 años recién cumplidos, con un futuro tan brillante que parecía imposible imaginarla en silencio, inmóvil, dentro de un ataúd blanco rodeado de velas.
Pero aquella mañana, la realidad golpeó sin piedad.
Todo comenzó unos meses antes, cuando Camila empezó a juntarse con un grupo de chicos mayores en la escuela. Para ella, que siempre había sido tímida y reservada, sentirse aceptada era casi un milagro. “Solo es vapor, Cami… Es como un dulce con sabor”, le dijeron la primera vez que le ofrecieron un vape con aroma a frutilla.
Y así empezó.
Primero un par de inhalaciones para no quedar afuera.
Luego, un hábito después de clases.
Luego, algo que escondía en su habitación, debajo de los cuadernos.
Su madre, doña Mariela, lo notó demasiado tarde.
💨 La noche en que todo cambió
El sábado anterior a su muerte, Camila salió con sus amigas a un cumpleaños. Su sonrisa iluminaba la calle mientras se despedía con la mano, llevando puesto el top amarillo que tanto le gustaba y que su madre siempre le pedía que acompañara con una chaqueta.
—“No vuelvas tarde, mi amor.”
—“No te preocupes, mami. Te amo.”
Fueron las últimas palabras que escuchó de sus labios.
En la fiesta, según contaron después varios jóvenes, alguien trajo un “nuevo vape”, más fuerte, más espeso, “más cool”, como dijeron. Camila nunca había probado nada así, pero sintió que si decía que no, se reirían de ella.
Inhaló.
Y volvió a inhalar.
Y luego, muchas veces más.
Hasta que su pecho comenzó a dolerle, pero no quiso preocupar a nadie. Sonrió. Fingió. Siguió.
🚑 El colapso
A las 2:23 a.m., una amiga llamó desesperada a la madre:
—“¡Señora, Cami no respira bien, venga!”
Cuando Mariela llegó, su hija estaba en el suelo, con la mirada perdida, el pecho subiendo y bajando como si el aire fuera fuego. La ambulancia tardó apenas unos minutos, pero la vida… la vida se apagó aún más rápido.
El médico solo pudo decir:
—“Su pulmón no resistió.”
Las palabras se clavaron como cuchillas.
Un vape.
Un “juguete”.
Un aroma dulce que terminó siendo veneno.
⚰️ La despedida que nadie estaba preparado para vivir
En el velorio, la madre apoyó su mano temblorosa sobre la cubierta del ataúd, como intentando despertar a su niña. El silencio en la sala era tan profundo que incluso las lágrimas parecían caer lentamente, como con miedo de romper el momento.
Las amigas lloraban desconsoladas.
Los maestros no sabían qué decir.
Los vecinos repetían una y otra vez:
“Era tan jovencita… tan inocente…”
La noticia corrió por redes, por grupos de WhatsApp, por toda la ciudad:
“Adolescente de 14 años muere por uso excesivo de vape.”
Pero el titular no contaba la verdad completa.
No decía que Camila soñaba con ser artista.
Que quería ahorrar para comprarse un patín eléctrico.
Que era la que siempre ayudaba a cargar sillas después de cada evento escolar.
Que tenía una risa tan contagiosa que hizo sonreír incluso al director el día de la foto grupal.
No decía que era amada.
Profunda y absolutamente amada.
🌫 La reflexión que dejó su partida
El director del colegio, con la voz quebrada, dijo durante la ceremonia:
—“No perdimos a una alumna. Perdimos a una hija de esta comunidad. Que su muerte no sea en vano.”
Y quizás ese sea el mensaje más doloroso de todos:
Camila no era rebelde, ni problemática.
Solo era vulnerable.
Solo era una niña buscando pertenecer.
En un mundo que fabrica dispositivos que parecen juguetes, que huelen rico, que prometen calma, pero esconden consecuencias que nadie —nadie— debería descubrir tan pronto.
🕯 Camila se convirtió en advertencia. En abrazo. En lágrima. En luz.
Y hoy, su nombre sigue repitiéndose como un susurro entre las calles del barrio:
“Camila Serrano, 14 años.
Una vida apagada por un vape que nunca debió existir.”
Su madre, cada noche, enciende una vela en la ventana y mira hacia la calle donde su hija solía caminar:
—“Si hubiera sabido… solo un día antes.”
Pero el tiempo no regresa.
Y las historias como la de Camila no deberían repetirse jamás.
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