Nunca pensé que escribiría estas palabras… pero lo hago porque si no las cuento yo, pareciera que el viento del monte se las llevaría como si nada hubiera pasado. Y Silvia merece ser recordada, no como “la muchacha que murió por la mordida de una culebra”, sino como lo que realmente fue: una luz suave caminando por un mundo que a veces es demasiado duro.
Yo soy Miguel Aranda, vecino de su familia desde hace más de diez años. Vi a Silvia crecer, correr descalza por los caminos de tierra, reír con una timidez que derretía a cualquiera, y ayudar a su madre en el río con una paciencia que pocas jóvenes de su edad tenían.
Era noble… muy noble. Por eso, cuando aquella tarde escuché los gritos, mi corazón se encogió incluso antes de saber qué había pasado.
🌿 La tarde que se volvió trágica
Silvia había salido, como muchas veces, a recoger algunas hojas de plátano cerca del arroyo. El clima estaba húmedo, el aire espeso. Y en ese tipo de tardes, cuando la tierra respira y los animales salen de sus escondites, las serpientes barbamarías suelen merodear por la zona.
Nadie vio el momento exacto.
Solo escucharon un grito —breve, agudo, cortado en seco— y luego un silencio que asustó más que el propio grito.
Su primo fue el primero en llegar. La encontró sentada en el suelo, temblando, presionando con fuerza su tobillo.
—¡Fue una barbamaría!… me mordió… —alcanzó a decir ella, con la voz quebrada.
A un costado, entre el lodo húmedo, aún se marcaba el rastro en forma de “S” que dejó la serpiente al escapar.
Él la cargó como pudo. Yo vi cuando llegaron a la carretera, desesperados, pidiendo ayuda a gritos. La imagen de Silvia apoyada en su hombro, pálida, sudando frío, la mano temblorosa aferrada al brazo de su primo… esa imagen no la olvidaré nunca.
🏥 La carrera contra el tiempo
La llevaron en una camioneta, con las luces encendidas aunque fuera de día, como si eso pudiera abrirle camino al destino que ya estaba escrito.
Yo los seguí en mi moto, sin pensarlo, rezando todo el camino.
Cada minuto contaba.
Cada bache en la carretera parecía un enemigo más.
Cada suspiro de Silvia se escuchaba menos profundo.
En el hospital corrieron para atenderla, pero la barbamaría es silenciosa y mortal. Su veneno actúa rápido, apagando el cuerpo desde dentro, como si apagara una vela sin dejar humo.
Los médicos hicieron lo imposible.
Su madre rogaba, de rodillas.
Su padre golpeaba la pared, sin decir palabra, con un dolor que solo puede salir en golpes porque si sale en llanto, te mata.
Yo solo observaba… impotente… con ese nudo en el pecho que te ahoga aun cuando puedes respirar.
💔 La noticia que nadie quería escuchar
Pasaron horas.
Horas largas, pesadas, llenas de esperanza y miedo.
Hasta que un médico, con el rostro cansado, salió despacio.
Y todos lo supimos… antes de que hablara.
—Lo sentimos… Silvia no resistió…
El mundo entero pareció detenerse.
La madre cayó al suelo como si le hubieran arrancado el alma.
El padre se cubrió el rostro y por primera vez lloró.
Y yo… yo no supe qué hacer más que mirar al cielo, preguntándome por qué la vida se lleva siempre a los que menos daño hacen.
🕊️ El pueblo entero lloró a Silvia
Al día siguiente, la comunidad se reunió para despedirla.
Mujeres del pueblo llevaron flores del campo.
Niños que jugaban con ella guardaron silencio.
Los ancianos, que no suelen mostrar sentimiento, lloraron en silencio bajo sus sombreros.
Porque Silvia no era solo una joven del pueblo.
Era un símbolo de inocencia, de humildad, de futuro.
Y perderla por la mordida de una serpiente…
por algo tan inesperado, tan injusto, tan absurdo…
rompió algo dentro de todos.
🌥️ Una historia que nos deja una lección
Hoy escribo esto no para revivir el dolor, sino para que se recuerde que la vida es frágil.
Que en un segundo todo puede cambiar.
Que una sonrisa desaparece sin avisar.
Y que debemos cuidar a los nuestros mientras aún los tenemos cerca.
Silvia se fue…
pero dejó un eco de luz que no se apagará jamás.
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